domingo, 15 de mayo de 2011

EL LENGUAJE COMO ARMA DE DESTRUCCIÓN MASIVA

Sostenía Axel Springer, editor del Bild-Zeitung, que cierta clase de público “odia pensar”. Y sus críticos señalaban esa frase como explicación al sensacionalismo característico del diario más vendido de Europa. Hay algo más que eso: estamos ante el resquicio por el que se cuelan todos los intentos de manipulación del lenguaje, destinados a simplificar en el receptor el proceso de asimilación mental de las ideas que recibe, para orientarlas en el sentido deseado por el emisor.
El estudio experimental de esos procesos es relativamente reciente. Los expertos todavía discuten si son las sensaciones, las imágenes o las palabras las que están en el origen de los conceptos. En cualquiera de las tres hipótesis “nuestro pensamiento toma forma y se estructura mediante el lenguaje: pensamos en palabras. Y si variamos su significado, de hecho estamos cambiando también nuestro pensamiento”, afirma Juan Manuel Pulido, psicólogo especialista en modificación de conducta. En consecuencia, “el recurso a eufemismos es una manera sibilina pero muy efectiva de cambiar nuestra postura con respecto a hechos morales o realidades políticas”.
Cualquier elemento de la realidad es, pues, susceptible de una denominación que lo suavice, y así el terrorismo se disfraza de “lucha armada” con la misma facilidad con la que un despido masivo se pone la máscara de “ERE” o un noruego como el futbolista John Carew, ex del Valencia, hoy en el Aston Villa, llegó a verse definido como “afroamericano” o “subsahariano” por algún comentarista demasiado temeroso de mentar el color de su piel.
La idea de asociar un elemento emotivo a una palabra para retorcer su significado no es nueva, si bien dispara su efectividad a partir de 1789, cuando va de la mano de su principal beneficiario: la ideología de la modernidad, antítesis de un pasado “oscuro”. La libertad se perfuma de mística junto a la guillotina de Robespierre, y la revolución de heroísmo, y no de olor a crimen, gracias al éxito propagandístico de la fracasada Comuna de París.
Impresionar para no pensar
“Son palabras colgadas como letreros a los sucesos, a las que se ha despojado de su sentido original, para darles otro postizo, muy rudimentario, que si suscita pocas ideas en quien las oye, en cambio provoca emociones de toda clase, que son las que determinan el significado nuevo”, afirma Mario Soria, estudioso de los fenómenos de manipulación informativa, que recuerda el uso que soviéticos y norteamericanos supieron hacer de los tres conceptos trastocados clave del siglo XX: fascismo, socialismo y democracia.
Cuando escuchamos que defender el orden público es “fascista”, o que la URSS no era un “verdadero socialismo”, o que la autoridad del maestro en clase es contraria a la “democracia”, lo relevante no es la afirmación en sí, sino la identificación valorativa buena o mala que le damos a esas tres palabras independientemente de a que se apliquen. ¡Lo que ha funcionado es la sugestión manipuladora!
Robert H. Thouless, profesor de Psicología Educativa en la Universidad de Cambridge, la definió así: “Si unas afirmaciones se hacen reiteradamente y de manera resuelta, sin argumento ni demostración, entonces los que las oigan tendrán a creerlas sin pensar en absoluto en su solidez ni en la presencia o no de evidencia que las apoye”.
Podríamos pensar que conocemos el truco y estamos prevenidos contra él, pero no es así. “Ese lenguaje cala, claro que cala”, a causa de su potencial manipulador, nos explica el sociólogo Amando de Miguel: “Tendemos a creer que el lenguaje sirve para comunicarse, pero no sólo sirve para eso. También para descomunicarse, es decir, para no decir la verdad, porque el lenguaje es un arma”. Y con muchos registros, añade, desde los conceptos alambicados a las metáforas, pasando por el alargamiento del discurso: “Se trata de usar el mayor número posible de palabras para expresar el menor número posible de ideas”.
Volvemos, pues, a Axel Springer: impresionar para no pensar.
Un ejemplo entre mil, muy significativo. En cierta ocasión, como parte de la campaña mediática que condujo a la Ley Integral contra la Violencia de Género, un informativo de televisión abrió con una primera noticia sobre la oleada de violencia “doméstica”, manifiesta en tres casos de agresión: un drogadicto transeúnte a su mujer drogadicta en disputa por la dosis, un soldado a su novia a quien sorprendió con otro joven, un hombre a su ex pareja por haber roto con él.
No había domus (”hogar”) en ninguno de los tres casos, luego no era violencia doméstica. No había elemento común: drogas en un caso, celos en otro, una obsesión posesiva en el tercero. Pero sí era única la fuerte carga emocional destinada a obtener el efecto buscado: el apoyo a las medidas propuestas por el lobby feminista, restrictivas -se vio después-de los derechos constitucionales.
Herejes y papistas
La manipulación puramente emotiva es consustancial a toda sociedad y a toda época: pensemos en los términos “hereje” o “papista” en las polémicas de la Contrarreforma. Lo que añade la manipulación ideológica del lenguaje, a la intención evidente de despertar adhesión o rechazo, es lograr la inversión del pensamiento de una manera sutil y gradual.
La carga emocional en la caracterización del “hereje” o el “papista” partía de la base de que el hereje y el papista lo eran en realidad. Cuando ahora se convence a una madre de que sólo está “interrumpiendo su embarazo”, se intenta obviar el hecho de que elimina a su hijo.
No hay más que fijarse en la evolución de los términos clave en las últimas cinco décadas. Entre los años 60 y 80 las estrellas fueron términos vinculados a la confrontación entre el socialismo y el capitalismo y entre la sociedad tradicional y la que comenzaba a moldearse tras Mayo del 68: progreso, desarrollo, paz, desarme, guerrilla, expresaban lo contrario de lo que producían, del mismo modo que la “descolonización”  entregó África a los sátrapas peores, y la “liberación sexual” de la mujer era el sueño milenario del hombre…
A partir de la caída del muro de Berlín y hasta hoy, toman el testigo la solidaridad, la ecología, la discriminación positiva…; ideas directrices del relativismo cultural que intenta sustituir los últimos vestigios de civilización cristiana pintadas con un candoroso y vaporoso barniz.
Pulido señala el peligro de aceptar el lenguaje manipulado incluso si uno no comparte el objeto de la manipulación: “Hay que hablar como se piensa, o se acabará pensando como se habla. Nunca deben utilizarse palabras que no tengan un significado unívoco o no se hallen en un contexto claro”.
Hace no mucho tiempo, en el curso de un debate público sobre la eutanasia, un defensor de la posición católica se mostró “contrario al derecho a una muerte digna”. Había caído en la trampa de aceptar la definición del adversario.
Y es que es la izquierda quien normalmente dirige este proceso manipulador. El movimiento antiabortista ganó una batalla importante al conseguir que se aceptase su denominación como Pro Life (”pro vida”), pero los partidarios de la cultura de la muerte reaccionaron rápido para no verse situados como “antivida”, y se rebautizaron como Pro Choice (“pro elección”): de nuevo estaban en el lado “simpático” de quienes quieren que la mujer decida frente a quienes quieren impedírselo.
La batalla es, pues, larga e incansable. Amando de Miguel, quien acaba de publicar un nuevo libro al respecto, La magia de las palabras, nos invita a no bajar la guardia: “Es siempre el mismo juego, alargar los periodos y recurrir a eufemismos blandos”, en su opinión las claves de la utilización “retorcida” y “torticera” del lenguaje.
De un lenguaje que hay que desenmascarar en cuanto aparezca, siguiendo el consejo de Don Quijote: “Dad crédito a las obras, no a las palabras”. A ciertas palabras, sobre todo.
 “La cuestión es algo más que literaria: o existe una realidad que el lenguaje se limita a designar, o bien el lenguaje crea la realidad y, por lo tanto, cambiando la palabra también cambiamos aquélla. Ésta es la permanente tentación del poder revolucionario. Por esta razón, el primero de los cambios es siempre el de las palabras.”

DE:

http://www.profesionalesetica.org/2011/04/17/carmelo-lopez-arias-en-alba-%C2%ABmanipula-que-algo-queda-el-lenguaje-como-arma-de-destruccion-masiva%C2%BB/

2 comentarios:

Anónimo dijo...

MUY BUENO ¡¡¡

Anónimo dijo...

es cierto que se puede usar el lenguaje para engañar. los políticos lo hacen. IMPRESIONAR PARA NO PENSAR ¡¡¡