viernes, 11 de octubre de 2013

Parte 6: Catecismo de la encíclica "immortale Dei" del Papa León XIII




FILÓSOFO.—Tenemos  ya que los hombres de gobierno, los legisladores, jefes y magistrados de una nación deben ser profunda y prácticamente religiosos, prudentísimos y justicieros.

Pregunto ahora, ¿son éstas las únicas virtudes que deben considerar los pueblos en las personas que han de elegir para esos puestos elevados?

ECUATORIANO.—No por cierto: si la religión, prudencia y justicia de los hombres públicos no están vigorosamente sostenidas por la fortaleza de los mismos, el edificio social, tarde ó temprano, tiene que desplomarse y venir á tierra.

F.—Esto es más claro que la luz del medio día; y apenas puede comprenderse cómo hay hombres públicos que no lo ven, ó mejor dicho, no quieren verlo. Si los legisladores van á las cámaras á arrebatar á las leyes todas sus sanciones; á desarmar el brazo de la autoridad para entregarla maniatada al escarnio y befa de los conspiradores; á legalizar el estado permanente de guerra civil con la impunidad escandalosa de los más atroces crímenes; si la justicia, armada de una que otra sanción, palidece y tiembla delante de la impudencia y audacia de los malhechores; si los jefes de los pueblos no se gobiernan sino por el respeto humano, por el temor de las consecuencias, por los valimientos, intercesiones y empeños importunos de espíritus apocados y condescendientes hasta la complicidad ... . ¿qué más se puede hacer para labrar la desventura de un país, y minar en su base todo el edificio social, moral y religioso?

E.—No prosigas, amigo mío, porque esto me quema la sangre y abrasa las entrañas. Sí: el mayor castigo de un pueblo es ser gobernado por hombres débiles. Nada hay escrito de los cobardes y pusilánimes. Esos no son hombres; son menos que mujeres: y sin embargo hay cobardes que ambicionan el poder, y hay necios que se fían de ellos.

F.—Por eso va el mundo como va, patas arriba. Vuestro gran presidente asesinado, Gabriel García Moreno, decía que la enfermedad endémica del siglo era la debilidad de carácter.
Verdad es esta que merece muy bien ser puesta al lado de las sentencias más profundas de esos legisladores de Atenas y Esparta, Solón y Licurgo.

E.—Así es. Los desastres que causa en la sociedad moderna el liberalismo católico no tanto son obra de errores del entendimiento, como efectos de la debilidad de caracteres. Como muy bien observaron nuestros prelados ecuatorianos en su "Carta Pastoral Colectiva," tan celebrada por todos los más sabios escritores de Europa, el liberalismo católico es el mismo miedo embozado ora en el manto de la caridad, ora en el de la prudencia. A los católicos liberales les asusta un ceño, les hace temblar una amenaza, les rinde un peligro. Poseídos del miedo, quieren que la Iglesia en sus combates sea como ellos, pusilánime: y porque ella es madre de héroes, acúsanla de imprudente y temeraria. Explicando en seguida nuestros pastores las consecuencias funestísimas de este miedo de los liberales, añaden en aquel precioso documento estas palabras que nunca debieran olvidar los católicos.

"El liberalismo católico, dicen, es esclavo de una tiranía cruel; la tiranía de la opinión. ¿Qué es ver á los liberales católicos, empeñados en conquistar aura popular, arrastrarse en medio de las turbas por obtener de ellas un signo de aprobación, un aplauso que el viento disipa? ¿Qué es verlos hechos el ludibrio de las exigencias caprichosas de muchedumbres inconstantes, defendiendo con igual debilidad el sí y el no, y aprobando hoy lo que ayer combatieron? Sansón es el liberal católico, á quien pérfida Dálila cortó el cabello de la fortaleza para entregarle maniatado al desprecio y burla de los filisteos. Hubo un hombre altivo que pronunció estas palabras: si adhuc hominibus placerem, Christi servus non essem: si yo buscara agradar á los hombres, no sería siervo de Cristo. Ese hombre fue San Pablo, y ese hombre es todo católico, sin apellido, sin apodo. El liberalismo católico es la perfidia y traición personificadas. Un católico liberal entre los liberales es un tránsfuga de la Iglesia, porque dice que es católico; y entre los católicos es un espía del campo enemigo, porque dice que es liberal. Tránsfuga y espía son traidores. ¿Qué hace un católico entre los liberales? Vende á Cristo. ¿Qué hace un liberal entre los católicos? Engaña á los hombres; pero no engañará á Dios: Deus non irridetur.

F.—¿Así se expresaron los obispos ecuatorianos? No he leído ese documento; pero por esta muestra creo que será magnífico, y que sus palabras debían engastarse en oro. Tiempo ha que también á mí me ha parecido que el liberalismo católico en ciertos pueblos y entre cierta clase de gentes no es tanto un sistema de ideas y principios más ó menos erróneos y funestos, como un sentimiento ó pasión de ánimos apocados, condescendientes y tímidos que á trueque de evitar un compromiso, un conflicto cualquiera, están dispuestos á pasar por las más humillantes transacciones y condescendencias. En mi concepto esta disposición de los ánimos nace de esa que García Moreno llamó enfermedad endémica del siglo, esto es, de la debilidad de carácter.

E.—¿ Y cuál os parece que será la causa de esta misma debilidad de carácter ?

F.—No una, muchas son, amigo mío, las causas de tan grave dolencia de la sociedad moderna: me contentaré con indicarlas rápidamente. La primera es la casi absoluta falta de acción de la autoridad paterna en el hogar doméstico, y las exageraciones nauseabundas de un amor puramente sensible é instintivo en las madres y nodrizas. ¿Cuál puede ser la virilidad de generaciones mecidas al arrullo del mimo, de la adulación y de la condescendencia, y entregadas á los instintos ciegos de una naturaleza enferma? La segunda causa es cierta no muy advertida debilidad de la autoridad docente en las escuelas y colegios. Hoy se quiere educar á los niños y jóvenes únicamente por las vías de la persuación, del honor, de los premios y condecoraciones; se les quiere allanar todo, facilitárselo todo, ahorrarles todo trabajo; se modifican las leyes de instrucción pública según el capricho de la edad primera; se les oye en las cámaras para decretar ahora la libertad de estudios, ahora la no libertad de los mismos, según las ideas ó impresiones del momento; se conceden privilegios y excepciones á la ociosidad, pereza y negligencia, se frustran todos los esfuerzos de una educación más sostenida y vigorosa con el habitual desorden, inconstancia é indisciplina de la vida doméstica.
La tercera causa es esa literatura, hoy tan en boga, de un sentimentalismo exagerado y sin motivo, que da á las nacientes inteligencias una dirección peligrosísima que los convierte en eternos lloriqueadores de desvíos y desdichas novelescas que á nadie importan un ardite, ni á los mismos que las cantan. La cuarta causa es la improvisación de celebridades. Explicóme.

¿Cumple un joven con su deber sosteniendo un programa y pronunciando un discurso? Pues le rodearán los ancianos y exagerando su mérito le dirán: tú eres un héroe, serás Presidente. ¿Es otro muy franco, complaciente y generoso? Pues sin más, le dirán amigos y ancianos: Tú eres Tito; las delicias del género humano; tú serás Presidente. ¿Ha publicado aquél alguna cosilla por la prensa? Pues ya es un literato consumado que puede habérselas con el mismo Apolo y con las nueve hermanas; y le dirán los ancianos: tú te pierdes de vista; tú serás Presidente, As í se despiertan ambiciones que en el concepto de los jóvenes, pueden muy bien satisfacerse á cuatro paletadas; y lo peor es que todo va á parar á la presidencia de la República. La quinta causa es la habitual mala administración de la justicia legal, distributiva y vindicativa. Un país donde las infracciones de la ley no se castigan sino en la persona de los pobres y desvalidos; donde los nobles y ricos cuentan seguramente con la impunidad fundada tan sólo en su fortuna y en su nobleza; un país donde las recompensas y cargos públicos se deben exclusivamente al favor, al valimiento, á la intercesión; á los empeños y ruegos importunos; un país donde se desconoce el verdadero mérito» ó se le deprime con un epigrama ó un apodo; y donde, al contrario, se recomiendan, como títulos de gloria, la desvergüenza y audacia de los perversos y de los ignorantes; este país, repito, no podrá contar en su seno muchos héroes, y si aparece por ventura alguno, morirá á manos de la ingratitud, traición y perfidia, las cuales arrancarán crueles ese germen de fortaleza, y condenarán el país infortunado á una muerte de consunción.

E.—Ay, amigo mío, tristeza profunda se apodera del corazón cuando se piensa en estas cosas; y la mía sube de punto al observar que en el conflicto de las generaciones que vienen con las que se van, éstas pierden á aquellas con las capitulaciones vergonzosas y sistemáticas que dan en tierra con todo el natural prestigio de la autoridad. Que si á esto añadimos el ocio, el juego, la intemperancia, la embriaguez, el lujo inmoderado, el amor de los placeres, la adoración de la carne y el desenfreno de las concupiscencias; ¿quién puede medir la profundidad de esos abismos de degradación moral en que se revuelcan aletargadas, abatidas y extenuadas tantas y tantas naciones en otro tiempo florecientes y poderosas?

F.—Tocáis un punto que ciertamente deben meditar los hombres públicos. Pueblos esclavos del ocio, del placer y del lujo nunca pueden ser fuertes y vigorosos. Todo héroe es austero; y muy poco pueden esperarlas patrias de sibaritas y epicúreos. En la guerra francoprusiana se estrelló la Francia muelle contra la austeridad de la Prusia. Dicen que la Francia vengará en breve sus agravios,  mas yo creo que la Francia muelle no ha dado ni dará en su relajación el héroe que la vengue. Vimos lo mismo en la próxima guerra del Pacífico. No hay cosa más peligrosa á los Estados políticos que el ocio, el lujo y los placeres. "Los placeres, más temibles que las armas de nuestros enemigos, decía Juvenal, han vengado al universo conquistado por nuestro valor. No hay delitos ni excesos que no reinen en el imperio desde que desapareció la pobreza romana." Aun el mismo Tiberio, como leemos en Tácito, decía: "Si agotamos por el lujo el tesoro público, será preciso suplirle por medio del delito”, Asimismo hablando del trabajo, decía Apio Claudio, que la ocupación era la vida del pueblo romano, y la ociosidad su muerte. En efecto un pueblo desidioso luego se entrega á la sensualidad.

E.—Estas severas lecciones de la razón y de la experiencia se hallan maravillosamente confirmadas por la revelación divina. El Profeta Ezequiel, comparando las iniquidades de Jerusalén (que representa á los pueblos católicos), con las de Sodoma (que á su vez representan á los pueblos no católicos), dice en el capítalo XVI estas palabras: "juro yo, dice el Señor Dios, que no hizo Sodoma su hermana, ella y sus hijos, lo que tú y tus hijas habéis hecho. Hé aquí cual fue la maldad de Sodoma tu hermana: la soberbia, la hartura ó gula, y la abundancia ó lujo, y la ociosidad de ella y de sus hijas, y el no socorrer al necesitado y al pobre. Y engriéronse, y cometieron abominaciones delante de mí, y yo las aniquilé como tú has visto.

Y no cometió Samaría la mitad de los pecados que has cometido tú: sino que la has sobrepujado en tus maldades, y has hecho que pareciesen justas tus hermanas, á fuerza de tantas abominaciones como tú has cometido. Carga, pues, tú también con la ignominia, ya que en pecar has excedido á tus hermanas, obrando con mayor malicia que ellas, pues parangonadas contigo son ellas justas. Por eso confúndete tú también, y lleva sobre tú la ignominia tuya, tu que eres tan perversa que haces parecer buenas á tus hermanas.

F.—Esto  es poner el dedo en la llaga. Desengañémonos: los pueblos nunca serán felices, si no se moralizan; y nunca se moralizarán sin la acción constante de la autoridad social y los saludables ejemplos de las personas que la ejercen.

E.—Sí , señor: y como la experiencia nos enseña que ninguna institución, puramente humana, basta por sí sola para proteger y promover la perfección moral de gobernados y gobernantes; es consecuencia necesaria que sólo una institución divina puede salvar este vital elemento de las sociedades humanas. Esta institución es la Iglesia de Jesucristo; la cual en sus dogmas, en su moral, en sus sacramentos, en su predicación, en la plegaria católica, en la gracia sobrenatural ofrece al humano linaje poderosos elementos de perfección no sólo individual, sino también social y colectiva. De donde se infiere que, en igualdad de circunstancias, más confianza deben inspirar á los pueblos los hombres prácticamente católicos, que no los negligentes y tibios; porque mientras más se aproxima la criatura racional á Dios, sin duda alguna es más prudente, más justa, más fuerte y más templada.

F.— ¿ Y bastarán para el exacto desempeño de los cargos públicos la religión y moralidad de que hemos hablado ?

E.—No bastan. En la lección cuarta os indiqué otra tercera condición en la que deben fijarse bien los pueblos: esta es la aptitud necesaria y cierta pericia en el manejo de la cosa pública. Todos confiesan que uno de los inconvenientes de la forma republicana es la constante alternabilidad de su gobierno, la cual, dicen, da pie á todas las ambiciones para que hagan del poder supremo y de los empleos la manzana de discordia eterna. Esto, sin duda, es innegable: mas yo observo en dicha alternabilidad otro peligro no menor; y es el culpable olvido ó menosprecio de esta tercera condición.

Todo enfermo busca el mejor médico para curarse; todo litigante el mejor abogado para defenderse; todo lechugino el mejor sastre para ataviarse según el último figurín; siempre se ha creído necesario en la sociedad sujetar á muchas pruebas, y conferir grados académicos, y extender títulos auténticos á los que pretenden ejercer una profesión útil y solamente los pueblos republicanos se arrojan con harta frecuencia á las elecciones, sin tener para nada en cuenta la verdadera aptitud y pericia de los candidatos, y llenan las urnas de nombres no sólo ineptos, sino positivamente perjudiciales y deshonrosos. Así es como los mismos republicanos desacreditan la república. Para esto piden plena libertad los pueblos, para esto rechazan toda intervención de hombres sensatos y experimentados para errar, para desbarrar, para perderse, dando el triunfo de las elecciones á los más atrevidos, porque son más ignorantes y ambiciosos.

F.—Ciertamente esto es por todo extremo calamitoso y lamentable. Y ¿qué remedio? Difícil es corregir al mundo.

E.—Bien lo conozco, amigo mío: mas no debemos desistir de nuestro propósito, por sí algunos quieran aprovecharse de nuestras conversaciones.

F.—Plausible es vuestro celo, y muy digno del apoyo de todos los hombres ilustrados y buenos. Por lo que á mí toca, diré únicamente que en tiempo de elecciones deben los pueblos tener muy presentes las tres reglas siguientes de Platón, de Pitágoras y de Boecio. De Platón: "Ninguno debe ser colocado en los empleos públicos sin haber dado antes pruebas inequívocas de capacidad; y los electores no pierdan de perder de vista que el pueblo no es para el Magistrado, sino el Magistrado para el puedo; así como un navío no es para el piloto, sino el piloto para el navío." De Pitágoras: "Tan perjudicial es colocar un hombre malo é inepto en la magistratura, como poner un cuchillo en la mano de un loco."—Y Boecio en su libro De Consolatione Philosophica, refiriéndose á otra sentencia de Platón, dice que las repúblicas serían felices si los filósofos fuesen sus jefes, ó si sus jefes fuesen filósofos." Donde debéis advertir que Boecio entendía por filósofos los verdaderos amantes de la sabiduría, absolutamente diferentes de esa nube de charlatanes y pedantes que hacen consistir la filosofía en la singularidad de las opiniones ó, lo que es peor, en un completo extravío y corrupción de ideas.

E.—Observo con placer que todos los textos que alegáis de antiguos filósofos son tan razonables y profundos, que me persuado á que es mucho peor la corrupción intelectual de los hombres después de la venida de Jesucristo, que la de los mismos paganos antes de la Encarnación. Nada más natural; porque corruptio optimi pessima. Pero volviendo á nuestro propósito, me permitiréis que os presente algunas reglas más prácticas todavía, que pudieran servir á los pueblos republicanos para juzgar con acierto acerca de la aptitud y capacidad de las personas que deben elegir para los cargos públicos.

F.—Decidlas, amigo mío, que os escucho con suma atención é interés.

E.—Pues bien, en el terreno de los hechos, tengo para mí que no son hombres de gobierno, ni merecen la confianza de los pueblos: 

1) Los ambiciosos; porque su misma descarada ambición están manifestando que no tienen una idea exacta de toda la extensión de las obligaciones y de la responsabilidad tremenda de conciencia que pesa sobre los jefes y magistrados de un pueblo.

2) Los codiciosos y avaros; porque éstos son interesados y egoístas, y los hombres de gobierno deben ser desinteresados y amantes del bien común. 

3) Esos hombres decontentadizos, atrabiliarios y censores rígidos de los gobiernos y de los pueblos, que tienen ojos de Argos para ver únicamente defectos ajenos. De ordinario estos sujetos no sirven para el mando; porque no es lo mismo notar y deplorar los males que saber remediarlos: para lo primero basta remontarse á la idealidad; mas para lo segundo es preciso luchar y sacrificarse en la arena de la realidad, y exponerse á las crueles mordeduras de otros censores tan duros como ellos. 

4) Menos son aptos para el mando los revolucionarios de por vida, los perturbadores eternos del orden público, los que cifran toda su política en hacer oposición sistemática á todo gobierno, por legal y constitucional que sea.

Esto es claro, porque si las ideas ó pasiones de estos seres desgraciados están en oposición a todo gobierno; evidentemente estas personas no tienen idea alguna de gobierno, ni pertenece á ninguna escuela política. Por otra parte, siendo ellos la causa de tantas ruinas, lágrimas y sangre derramada de los pueblos, mal pueden ofrecer á la república, como títulos á su elevación, esa misma sangre, esas lágrimas y ruinas con que probaron ser los verdaderos azotes y los más furiosos y crueles enemigos de la sociedad. 

5) Tampoco son aptos para el gobierno político, los que han dado pruebas de no serlo para el gobierno económico ó doméstico. Quien no sabe gobernar su casa, ni su esposa, ni sus hijos, ni sus criados, ni sus negocios; ¿cómo puede pretender que los pueblos se fíen de él para gobernar toda la nación? 

6) No suelen ser hombres de gobierno los muy habladores, literatos y poetas. Ellos no habitan en nuestras regiones sublunares; viven allá en las nebulosas, ó se están saludando á las siete cabrillas: si alguna vez bajan á la tierra, es para ir á banquetear en el Parnaso, y embriagarse con los néctares y ambrosías de los dioses. El tipo ideal que en su profesión persiguen, no puede ser otra cosa en el manejo de los negocios públicos que una utopía, ó una quimera. Mejor es para el gobierno una buena dosis de sentido práctico que no muchas bachillerías de literatura jactanciosa. 

7) En fin no pueden merecer la confianza de pueblos católicos, de pueblos que reconocen la soberanía social de Jesucristo, los liberales de cualquier grado y matiz que sean. Porque el liberalismo en sus relaciones con la fe está reprobado por Cristo y por la Iglesia: de donde los liberales no pueden contar en el poder con la asistencia del cielo. El liberalismo en sus relaciones con la ciencia está en oposición con la razón: de donde los liberales, en el poder, no pueden presentar á los pueblos católicos un programa de gobierno completamente razonable y consolador. El liberalismo en sus relaciones con la historia contemporánea está condenado sin apelación por la experiencia: de donde los liberales, en el poder, son hombres verdaderamente incorregibles á quienes no basta, para desengañarlos, el diluvio de males en que naufragan míseros los pueblos entregados al febril delirio de su error funestísimo.

He aquí unas reglas en mi concepto muy claras, muy terminantes y seguras que deberían tener presentes los pueblos en las elecciones.

F.—Lo son ciertamente, amigo mío: pero alguien pudiera oponernos esta dificultad, "Si en las elecciones aplicamos con rigor las reglas que nos dais, deberemos renunciar á la esperanza de tener buenos legisladores, magistrados y presidentes: porque ¿dónde está el hombre exento de todo defecto?

E.—A quien esto me opusiese, le contestaría prontamente que estas mis siete reglas no excluyen sino siete defectos; y siendo tantas las miserias cielos hombres, no es gran cosa excluir del gobierno siete de ellas. En los pueblos, sobre todo entre católicos, no faltan, á Dios gracias, muchas personas libres de los vicios señalados y adornadas de grande virtudes individuales y cívicas. El mal está en que los pueblos buscan los candidatos allí donde no están, es decir, en la turbamulta de politicastros y vocingleros, que á fuerza de gritar y revolver, sientan plaza de hombres públicos y sorprenden á los pueblos incautos. El mal está en que muchas veces los electores votan por los que no conocen, y rechazan á los que conocen, sin más razón que la de no conocer bien á los primeros y conocer mejor á los segundos. Hay hombres llenos de virtudes y merecimientos: pero basta para arrinconarlos un leve defecto conocido, un epigrama, un apodo, una burla. Al revés hay hombres llenos de vicios y deméritos: pero basta para elevarlos una fama inmotivada en el fondo, una hazaña dudosa, una esperanza incierta y mal segura. En fin, el mal está en que los electores se guían por la pasión, por el interés, por el capricho, por el espíritu de partido; y no por los dictámenes de la razón, por el deber, por la conciencia, por un desinteresado patriotismo. Caiga la venda de los ojos de los electores, y aparecerán los hombres de verdadero mérito, aunque no exentos de defectos inherentes á nuestra flaca naturaleza. Es ya tarde, amigo mío, y pienso que ya os llama Morfeo.


F.—A mí no me ha llamado sino á vos que sois joven: los viejos dormimos poco. Sea como quiera, retirémonos: vos á dormir yo á meditar.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Es asombroso la perspicacia y la exactitud de estos comentarios; y eso que el que los escribió no tenía la perspectiva que tenemos hoy, dos siglos más tarde, de la implantacion del jacobinismo (con golpes de Estado y levantamientos militares)

De hecho se podían aplicar punto por punto a nuestra realidad.

Lo que no entiendo es por qué seguimos cometiendo los mismos errores, -no siendo nosotros los políticos y sus paniaguados, sino los que sufrimos a estos inútiles ambiciosos y pagamos con el fruto de nuestro trabajo su tirania-

Parece que la idea de libertad, ilustracion y progreso, en nombre de las cuales se hicieron las revoluciones, han sido sustituidas por la de la "nación", cosa natural por la falta total de libertad, de ilustración y de progreso logrados. Con la idea de nación se puede manipular mejor a todos los nacionales.

Pero, espera, que ahora viene la moda de otra idea mejor (se ve que la nación perjudica a alguien muy poderoso): las ideologías de genero, el progresivisno (?), el ecologismo, el gramscismo...

Todo lo que sea no pensar y favorecer que tu líder te domine mejor.

Parece que tendremos que estudiar los escritos de este Papa, a ver si nos iluminan para salir de esta mala comedia.

Ya se han nombrados varios: la educación del carácter, el trabajo, la convivencia, la etica...volver a Dios, que da una receta infalible, en vez de perder el tiempo con las ideas de los ambiciosos exaltados que nos quieren dominar.

No basta con el cansancio que tiene todo el mundo civilizado con sus políticos ladrones.

Hay que hacer más