martes, 23 de diciembre de 2014

MARÍA SANTÍSIMA, REFUGIO DE PECADORES


Es famosa la historia de Santa María Egipciaca, como se cuenta en el libro primero de las Vidas de los Padres del yermo. A los doce años se escapó de casa de sus padres, y se fue a Alejandría, donde con su mala vida era el escándalo de toda la ciudad. Pasados otros dieciséis, salió de allí y, vagando, llego a Jerusalén, a tiempo que se celebraba la fiesta de la Santa Cruz, y, viendo entrar en la iglesia mucha gente, quiso también entrar en ella, más por curiosidad que por devoción; pero en la puerta sintió que una mano invisible la detenía. Hizo otra vez por entrar, y le sucedió lo mismo, hasta tercera y cuarta vez. Entonces la infeliz, retirándose a un rincón del atrio, conoció con luz superior que su mala conducta la echaba de la iglesia. Alzo los ojos y vio allí cerca, por dicha suya, una imagen de María Santísima, a la cual empezó a decir, llorando, de esta manera: «¡Oh, Madre de Dios, tened piedad de esta pecadora! Ni merezco que me miréis, pero Vos sois el refugio de los pecadores; amparadme y favorecedme por el amor de Jesucristo, vuestro santísimo Hijo. Haced que pueda entrar en la iglesia, y mudaré de vida, y me iré a hacer penitencia donde Vos me digáis.» Entonces oyó una voz interior, como de la Virgen, que le decía: «Pues que acudes a Mí con propósito de enmendarte, ya puedes entrar.» Entró, adoro la Santa Cruz con abundancia de lágrimas, volvió a la imagen, y le dijo: «Vedme pronta, Señora: ¿dónde queréis que me retire?» «Pasa el Jordán —le respondió la Virgen—, y allí encontrarás tu descanso.» Confesó y comulgó, y, pasando el río, llegó al desierto, y entendió que allí era donde se debía quedar.

Los diecisiete años primeros tuvo que sufrir terribles asaltos de los demonios; pero acudía siempre a la Virgen, y la Virgen Santísima le alcanzaba fuerzas para resistir y vencer. Finalmente, habiendo pasado en aquella soledad cincuenta y siete años, siendo ya de edad de ochenta y siete, la encontró por divina providencia San Zósimo, abad, a quien refirió todo el relato de su vida, suplicándole que volviese al año siguiente con la sagrada Comunión. Hízolo así, y le pidió lo mismo para otro año, al cabo del cual volvió, pero la hallo ya muerta, aunque rodeada de un gran resplandor, y con estas palabras escritas de su mano: «Entierra aquí el cadáver de esta pecadora y pide a Dios por su alma.» Vino corriendo un león, hizo un hoyo con las garras, el Santo la sepultó, y volvió al monasterio, contando a todos las misericordias que Dios había obrado con aquella felicísima penitente.


(San Alfonso Ma. de Ligorio, en «Las Glorias de María»)


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