miércoles, 7 de octubre de 2015

La espiritualidad al exilio

Asistimos actualmente a dos fenómenos masivos en la sociedad:

1. El abandono de la espiritualidad
2. La falsificación de la espiritualidad

   1. El abandono de la espiritualidad

Para nadie resulta hoy sorprendente escuchar que cada día las personas son más y más materialistas. Ser materialista consiste, básicamente, en vivir nuestras vidas como si lo único verdaderamente real fuera la materia, de tal manera que todo lo que no sea material (como por ejemplo Dios, las virtudes, el alma, etc.) o es falso o es algo que sencillamente depende de la opinión de cada uno.

Basta con ver vivir al hombre moderno para convencerse de lo anterior. El único afán es el dinero, el éxito en los negocios o en la realización profesional. Comprar un vehículo, una casa, viajar, comprar ropa costosa, ir a restaurantes de moda, visitar centros comerciales los fines de semana, etc. En esto se resume la vida de millones actualmente.

Son cantidades enormes de personas que pasan sus vidas sin preguntarse ni una sola vez por asuntos trascendentes, como la existencia de Dios, del alma, de la vida después de la muerte, y muchos más. Y es que independientemente de la respuesta a la que se llegue, nadie puede dudar de que se trata de temas importantísimos, es decir, uno puede llegar a concluir a favor o en contra de la existencia de dichas realidades, pero lo que no se puede hacer racionalmente es afirmar que son cosas sin importancia. Y esto es precisamente lo que se hace hoy.

Los materialistas antiguos, de hace más de 200 años, solían ser personas estudiosas, cultas, preparadas. Cuyas críticas y ataques contra la espiritualidad (Dios, alma, vida después de la muerte) eran críticas hechas con inteligencia y luego de haber estudiado el tema, pues reconocían que era muy importante el asunto. Pero los materialistas de hoy ya ni siquiera se toman el esfuerzo de estudiar estos temas, simplemente los consideran sin importancia y toman decisiones sobre temas tan complejos basándose en su mero capricho, sin estudio, sin análisis, sin un tiempo prudente de discernimiento al respecto.

Esta actitud de desinterés irracional del hombre moderno, sumado a un ambiente social (sobre todo en las grandes ciudades) que no ofrece a la persona nada que no sean bienes materiales, ha conformado una sociedad en la cual la espiritualidad brilla por su ausencia. E incluso aquellos que aún buscan proclamarla, son rechazados, despreciados y hasta abiertamente perseguidos. Es una sociedad que ha arrojado la espiritualidad al exilio.

Y las consecuencias obviamente no se han hecho esperar. La decadencia actual de la sociedad, en todos los niveles (institucional, gubernamental, familiar, etc.) está a la vista de todos y es ya imposible afirmar que vivimos en una sociedad de progreso, prosperidad y bienestar. Pues en lo único en lo que nuestra sociedad supera a las sociedades antiguas es en vulgaridad y tecnología, como bien decía el gran Nicolás Gómez Dávila.

Por otra parte asistimos también a la falsificación de la espiritualidad, es decir, a los que aún hoy buscan algo de espiritualidad para sus vidas, se les ofrece una espiritualidad adulterada y dañina. 

Ese es el segundo punto que nos proponíamos tratar hoy, pero ya será en una próxima oportunidad.

Leonardo Rodríguez


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