jueves, 11 de febrero de 2016

La edad de las ideas



Recientemente alguien que me estaba escuchando hablar de la filosofía de santo Tomás de Aquino, me dijo que le parecía 'curioso' que "en pleno siglo XXI" aún hubieran personas que seguían ese sistema filosófico que era 'tan antiguo'. Y terminaba aconsejándome que mejor invirtiera mi tiempo en conocer autores como Jürgen Habermas, Richard Rorty, Michel Foucault, Martin Heidegger, Ludwig Wittgenstein y un largo etc de autores modernos y 'postmodernos'.

En el fondo lo que esta persona estaba suponiendo era que la validez de las ideas, de las tesis filosóficas, dependía de la edad que tuvieran; de tal manera que una idea 'antigua', era, por eso mismo, necesariamente menos verdadera que otra que fuera más actual, o incluso directamente falsa por el hecho mismo de ser antigua. Y que, por tanto, una idea más moderna (o postmoderna), por el hecho de ser más 'joven' en el tiempo, era también necesariamente más verdadera, o incluso directamente verdadera por ser "moderna".

Entonces la cosa queda más o menos así:

Filosofía antigua en el tiempo = inutilidad, ridiculez y quizá incluso falsedad.

Filosofía moderna en el tiempo = muy útil, interesante y necesariamente verdadera.

Lo curioso de este punto de vista acerca de las ideas filosóficas es que jamás en filosofía se ha enseñado que la edad de una idea sea un argumento válido a favor o en contra de dicha idea. Lo que se ha dicho es que las ideas se sostienen o caen según la argumentación que se use para establecerlas o refutarlas. De manera que sin importar cuán vieja sea una idea, si cuenta con sólidos argumentos a su favor, se sostendrá en el tiempo. Y por lo mismo, sin importar cuán nueva es una idea, cuán joven es, si los argumentos en su favor son débiles o inexistentes, dicha idea tenderá a debilitarse y desaparecer. 

Lo anterior, claro está, en un mundo ideal, donde las cosas pasan como debieran pasar. Pero estamos lejos de vivir en un mundo ideal.

Lo cierto es que lo nuevo, por el mero hecho de serlo, tiene la capacidad de fascinar a muchos, y de arrastrar tras de sí la aprobación masiva de aquellos a quienes cautiva el poder de la novedad. Como esas noticias que a veces pasan en la televisión acerca de las filas interminables de personas apiñadas a las afueras de un almacén en el que pronto se venderá un nuevo dispositivo de Apple.

¿Por qué pasa eso? ¿Por qué la novedad atrae tanto? quizá la respuesta esté en la falta de estabilidad de las nuevas generaciones, es decir: no creen en nada, no respetan nada, nada tiene un valor permanente, nada es digno de admiración, todo pasa, todo cambia, todo muere, hay que aprovechar el presente, vivir cada día como si fuera el último, carpe diem, etc.

Esa forma de ver las cosas prepara el camino para adorar las novedades y despreciar lo que se ha recibido como herencia. Las nuevas generaciones miran el pasado con desprecio, con suficiencia. Y crecen convencidas de que la época moderna es, en todo, completamente superior a cualquier cosa que se haya alcanzado en la antigüedad.

El problema con esta actitud es que lleva a una especie de "cronolatría", es decir, lleva a creer que el tiempo es el juez supremo y el criterio único que se debe seguir a la hora de juzgar cualquier cosa. A tal punto que casi que la única pregunta importante a la hora de emitir un juicio acerca de una corriente filosófica (y de cualquier cosa en general) sería: ¿A qué época pertenece?

Quizá también por eso hoy en los colegios ya no se enseña filosofía, mucho menos se enseña a filosofar. Y cuando se intenta hacerlo, lo único que se hace es enseñar historia de la filosofía, para que el alumno vea los sistemas de pensamiento que "hubo" antes y los que "hay" ahora, los actuales, los de hoy.

Muy por el contrario, santo Tomás de Aquino solía decir que la filosofía no se había inventado para saber lo que opinaban los filósofos, sino para saber cómo era la realidad de las cosas. 

El criterio cronológico o temporal para juzgar de la validez de una idea es propio de una mente infantil, que juzga por las apariencias en vez de juzgar por la profundidad y solidez esencial de las cosas. Termina dicho criterio produciendo una verdadera esclavitud de la inteligencia, obligada a tener por verdadero todo lo que los nuevos tiempos van opinando, no porque lo que opinan sea verdadero, sino porque es moderno. Y eso es la muerte de la inteligencia, que es una facultad llamada a descubrir la verdad de las cosas, no su aceptación por el público de cada época. La verdad no es moda.

Los modernos infantes que se han auto-condenado a seguir el dictamen de la "moda", reduciendo su inteligencia  a una máquina supervisora de fechas, continuarán mirándonos con una mezcla de lástima y desprecio.

De nuestra parte seguiremos en la senda de Tomás de Aquino, el antiguo, convencidos de la perennidad de su pensamiento y aleccionados por su amor a la verdad, sin importar las canas que adornan su cabeza.


Leonardo Rodríguez



1 comentario:

JUAN MANUEL dijo...

MUCHAS GRACIAS. MUY CLARITO