lunes, 10 de abril de 2017

Relativismo y gnosticismo



En un escrito anterior mencionábamos el gnosticismo al afirmar que quienes dicen que creen en Dios, pero a 'su' manera, son en el fondo gnósticos incluso aunque no lo sepan explícitamente (de la misma manera que para ser tonto no se necesita saberlo, basta serlo). El gnosticismo es tan viejo como el hombre mismo, consiste en la pretensión del hombre de auto-divinizarse, proclamarse dios, creerse dios, percibirse como un ser 'divino' y actuar como tal.

Decíamos allí que quienes se proclaman creyentes en Dios pero 'a su manera' en el fondo se creían ellos mismos dioses, ya que poseían ni más ni menos que el poder suficiente para moldear a Dios, así como un pequeño niño puede crear figuras jugando con su plastilina. Concluíamos diciendo que Dios es el que es, como es, como siempre ha sido y como siempre será por los siglos de los siglos, y que ello no depende ni un ápice del voluble capricho humano, evidentemente.

Y es que en realidad todo lo que se relacione directa o indirectamente con una concepción relativista de la vida es en el fondo algún modo de gnosticismo, consciente o no. Veamos.

El relativismo en términos generales consiste en afirmar que hay tantas 'realidades' como personas, ya que lo que verdaderamente cuenta son las decisiones y elecciones personales de cada uno. De tal manera que, por ejemplo, en el campo moral no existen conductas buenas ni malas en sí mismas, sino que lo bueno y lo malo es determinado por cada sujeto: bueno si decido que es bueno, malo si decido lo contrario. 

Se dirá que tal relativismo radical es impensable porque haría imposible la convivencia en sociedad. Sí, es correcto, vuelve imposible la convivencia en sociedad. ¿Entonces no existe tal relativismo? Sí, por lo menos en teoría, ya que aquí entra en juego el Estado como regulador de individuos, el Estado como gran hermano que vigila el juego macabro de los caprichos individuales para que las diversas elecciones de sistema 'moral' que realicen los miembros de la 'colectividad' no choquen entre sí. En pocas palabras: es tarea del Estado coordinar las individualidades de manera que cada individuo sea un límite para los demás y no pueda ser pisoteado por nadie.

Lo anterior supone evidentemente otorgar al Estado un poder irrestricto de control, intervención, jurisdicción, sanción, etc. Un poder semejante en la práctica a una gran dictadura con apariencia de "Estado de derecho". Razón por la cual  muchos teóricos del pensamiento político han concluido que el modo de hacer política que se inaugura con la Revolución francesa y que en teoría se caracteriza por el reconocimiento de una serie de derechos (cada vez más larga y extraña) a los individuos que crearían como una burbuja de protección ante atropellos de otros individuos o del gobierno de turno, termina en realidad por convertirse en una dictadura disfrazada, debido al enorme poder que se le otorga al Estado para ser el gran regulador de este juego de individualidades concretas.

Pero ese es otro tema...

Decíamos que todo tipo de relativismo supone algún modo de gnosticismo en quienes lo defienden y lo viven. ¿Cómo es esto? En realidad es bastante sencillo: si la realidad depende de mí significa que yo la creo, y si yo soy 'creador' de la realidad entonces ¿qué vengo siendo? ¡Correcto! 'dios'.

El único problema con esto es que no somos dioses. Y si no somos dioses ¿en qué vienen a parar los sistemas que construimos basándonos en el relativismo moral? En un espejismo, ni más ni menos. Son sistemas superficiales que quizá produzcan algún tipo de placer pasajero o sentido de autonomía también pasajero que nos embriaga y nos adormece en la cómoda sensación de creernos 'arquitectos de nuestra propia felicidad', para usar una frase famosa hoy en día.

Pero con este espejismo pasa lo que pasa con todo espejismo: que muy pronto se desvanece y deja tras de sí solo desolación, vacío y frustración. Precisamente de almas desoladas, vacías y frustradas está llena nuestra generación, y las que no están ya allí están en camino y pronto llegarán a ese estado. El 'mundo' (en el sentido en que los santos han usado esa palabra) lo promete todo, no da nada y acaba quitando hasta lo poco que se creía tener. El mundo, al igual que el demonio, es siempre el gran mentiroso.

¿Qué hacer? Vivir inmersos en la realidad, tal cual. Dios es el que es, la moral es la que es, el cielo, el purgatorio, el infierno, son lo que son. Nada de ello es como nosotros quisiéramos que fuera, sino como es. Una filosofía realista de la vida es el mejor antídoto contra los espejismos 'liberadores' que embriagan con promesas que se revelan pronto discursos vacíos y desoladores.

A nuestro alrededor los engañados, que son masa, seguirán construyendo sus castillos en el aire, corriendo afanosos hacia brillantes futuros llenos de todo lo que su capricho alcance a imaginar, y crearán para lograrlo sistemas de 'moral' a su medida, como dioses, y lastimosamente tarde o temprano la Realidad, con 'r' mayúscula, tocará a su puerta para recordarles socarronamente que ha pasado ya el tiempo de los espejismos y ha llegado el de las consecuencias. Causa y efecto.

Enseñar al que no sabe, corregir al que se equivoca, dar buen consejo al que lo necesita, son tres de las catorce obras de misericordia del católico, están en el catecismo. Solo que son tres bastante olvidadas en tiempos de relativismo. Urge recuperarlas con caridad. No se trata de mostrar que somos más que los demás, que sabemos más o que somos más santos, nada de esto. Se trata de transmitir con sencillez una herencia que hemos recibido, una herencia que llevamos en vasijas de barro, frágiles, tan frágiles como cualquiera de nuestros más cercanos familiares y amigos que no tienen aún la gracia de la fe y del uso recto de la razón.

¿Compromisos? Estudiar para poder aconsejar, enseñar y corregir. Rezar mucho para no caer en la soberbia del fariseo que se burlaba del publicano pecador creyéndose mejor que él. Pero al mismo tiempo sabedores del don de Dios y de la necesidad de ser luz.

Dios nos libre de guardar la luz debajo de nuestras camas para que nadie la vea, Dios nos libre asimismo de la soberbia de creernos mejores. Dios nos de la gracia de guardar en todo esto siempre el justo equilibrio. Dios nos conceda perseverar.


Leonardo Rodríguez


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